jueves, 14 de marzo de 2019

ALCÁZAR DE ZAFRA

Las primeras referencias que tenemos sobre Zafra es la de una fortaleza musulmana en la Sierra del Castelar (actualmente apenas quedan restos). La ciudad empieza a cobrar importancia cuando los Condes y luego Duques de Feria deciden instalar en ella el centro de su señorío en una zona llana para controlar las principales vías que comunicaban Córdoba, Badajoz, Sevilla y Mérida.
Se construye una zona amurallada de grandes dimensiones (12 hectáreas aproximadamente) , un Alcázar y una zona defensiva de difícil acceso. La obra empieza en 1437 y tarda 7 años en terminarse el Alcázar pero la muralla tarda más de 20 años en finalizar.
El conjunto del Alcázar está formado por un muro sin apenas huecos, con torres cilíndricas de 24 metros de altura, otras adosadas en mitad de los muros y dos más que flanquean la entrada principal. En la parte opuesta a la entrada está la Torre del Homenaje, la mas grande de todas, de 29 metros de altura y 12 metros de diámetro.
En el siglo XVI, al ser concedido el Ducado de Feria a los Suárez de Figueroa, se emprenden obras de reforma de inspiración renacentista, con un gran patio de mármol y claustro, obra de Juan de Herrera, ricos artesonados en el techo, especialmente en la Capilla y la Sala Dorada. La Torre del Homenaje conserva interesantes zócalos adornados con pinturas de origen medieval.

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Se cree que la muralla que completaba el Alcázar de apenas 5 metros de altura, se construyó para controlar las transacciones comerciales que se hacían en el interior de la Plaza Chica. También daban seguridad y protección a los comerciantes y cliente, lo que puede explicar el auge de la actividad comercial en Zafra.





Zafra tiene mucha historia y muchas leyendas, entre muchas de ellas hoy os vamos a contar la Leyenda del visitante del rostro quemado.

Corría el año 1688. Don Blas Rodríguez de Aracena, hermano mayor de la cofradía de carpinteros y alarifes e Zafra, construía la nueva espadaña del templo de Santa Catalina de Siena de la localidad, acabando con la reforma en un par de años de lo que fuera la antigua sinagoga.
Estaba Don Blas dándo los últimos retoques a la construcción, cuando un mal paso le hizo caer al suelo desde una gran altura, no sufrió daño alguno sorprendentemente. Don Blas interpretó que fué su santo patrón, San José, quien le había salvado la vida, encargó a un artista escultor de la localidad la imagen de un San José para adornar la nueva capilla del templo, haciéndose él cargo de todos los gastos.
Don Blas se marchó varios días a trabajar a localidades cercanas. Pero la mala suerte hizo que sus esposa enfermara de unas fuertes fiebres. Sin poder moverse de la cama por los dolores, y atenazada por una terrible sed, apenas podía moverse para acercarse a coger agua. La pobre mujer empeoró y se entregó a la oración, pero entre sombras vió como se acercaba una inquietante silueta masculina y le acercó en barril donde posaba el agua y se lo acercó a los labios. Después de saciar su sed, aquella extraña presencia desapareció y la esposa de Don Blas se recuperó rápidamente, levantándose pletórica de salud a la mañana siguiente.
Al llegar su esposo le explicó todo lo que le había sucedido. Al preguntarle Don Blas a su esposa por los rasgos de aquella presencia, ella solo acertó a decirle que aquel hombre que apareció entre las sombras tenía la cara dividida en dos partes.
Don Blas quedó perplejo y corrió fuera de la casa con su esposa de la mano hasta el taller donde habia encargado la imagen de San José. Allí, sobre la mesa del ebanista, descansaba la talla casi terminada, pero a la que faltaba aún media cara por barnizar.




















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